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Era jueves por la tarde cuando volví a casa y la encontré infestada de hormigas.
Las pequeñas criaturas se encontraban acurrucadas debajo de la maceta de cilantro. Pequeñas criaturas renegadas. No me imagino a nadie queriéndolas. Qué tristeza, qué soledad albergan en sus pequeños cuerpos. Quizá se acompañen unas a otras enfiladas en su desdicha, sabiendo que no son amadas ni odiadas. Medianamente molestas. Es mejor ser odiado que medianamente molesto. Frustradas con su mediocre existencia las amas de casa construyen caminos de talco o canela disfrazados de resbaladillas que terminan lejos de sus moradas.
En mi casa, la planta de cilantro se muere lentamente sobre la mesa azul de la terraza. Acechada por el viento y el sol, abandonada incluso por las hormigas, quienes huyen de su apatía. Las diminutas criaturas se pasean altaneras por los corredores y las encimeras, tomando posesión del bote de basura. Quizá se comportan de tal modo solo bajo mi tutela. Mi permiso, mi indiferencia. Un desdén que se convierte en costumbre y las acoge en su propia soledad. Casa solitaria y grande que implora compañía. Vivimos juntas y somos amigas.
El bote de la basura ha sido regalado para saciar su hambre y confío en un acuerdo muto. Confío hasta hoy por la mañana, cuando al preparar el desayuno, la sal ha desaparecido. Juraría que la había dejado sentada sobre la encimera, pero el boulevard de las hormigas me hace dudar de mi sanidad. Inevitablemente lagrimas gordas, más gordas que ninguna hormiga, ruedan por mis codos hasta las piernas del banquito de la cocina. ¡Qué penosa fragilidad! ¡Qué terrible traición! Derrotada por un grupo de hormigas mañaneras, coleccionistas de granitos de sal. ¿A dónde fueron? ¿A dónde se la llevaron? No encuentro culpable y deseo que vuelvan o que me lleven. No quiero comprar otro bote de sal ni buscar nuevas amigas.
It was Thursday afternoon when I returned home to find it infested with ants.
The little creatures were huddled under the pot of coriander. Little renegade creatures. I can't imagine anyone loving them. What sadness, what loneliness they harbor in their little bodies. Perhaps they accompany each other in their misfortune, knowing that they are neither loved nor hated. Mildly annoying. It is better to be hated than mildly annoying. Frustrated with their mediocre existence, careless mothers build paths of talc or cinnamon disguised as slides that lead far away from their family homes.
In my house, the coriander plant slowly dies on the terrace. Ambushed by the wind and the sun, abandoned even by the ants who flee from its apathy. The tiny creatures stroll arrogantly down hallways and countertops, taking possession of the trash can. Perhaps they behave in such a manner only under my tutelage. My permission, my indifference. A disdain that welcomes loneliness. A big and empty house that begs for company. We live together now, we are friends. The garbage can has been gifted to satisfy their hunger, and trust has been established in mutual agreement.
Trust remained until this morning. While preparing breakfast the salt disappeared. I could swear I had left it sitting on the countertop, it is the boulevard of ants that makes me doubt my sanity, and almost immediately unstoppable large tears, larger than ants, roll down my elbows onto the legs of the kitchen stool. What a pitiful fragility! What a terrible betrayal! Defeated by a group of morning ants, salt collectors. Where did they go? Where did they take them? Unable to find a culpable I only desire their company. I do not want new salt or new friend.