Today I write in Spanish, I do not feel like complicating things for myself more than they already are. But I encourage you, dear reader, to translate my text. Translate, translate, translate, and interpret what I said however you want.
Ultimamente extraño mi vieja casa.
Había algo reconfortante en su obscuridad, quizá correspondía a mi vacío interior, igual de obscuro. Extraño sus techos bajos que me obligaban a enroscarme hacia mis entrañas, y mi fabuloso sillón rojo, en el que desperdiciaba el tiempo.
Por alguna razón esta nueva casa me arroja hacia una obsesiva productividad, o idea de ser productiva. Quizá eso pasa con las casas que están llenas de luz, hay que vivir en la superficie y no existen recodos donde esconder las paranoias humanas. Todo está a la vista y al mismo tiempo me encuentro tan alejada de la superficie. La superficie de esta ciudad.
Resulta que me gusta vivir en el centro, resulta qué extraño asomarme por el balcón francés y divisar una calle tranquila y pequeña, pero al alcance de un bullicioso festín de personas. Estar en contacto con los ladrillos y el pavimento, e ir a todos los sitios a pie. Sentirme viva, dueña de mi ciudad. Me puedo engañar deseando la tranquila vida holandesa, pero es cierto que crecí en una metropolis y mi corazón anhela el ruido para llenarse de inspiración. A veces, lo necesita mas que un parque o un rio. La estrambótica cualidad de las ciudades me asegura que soy real, que existo en el plano físico y mi carne no ha desparecido.
Tratando de batallar la etérea cualidad de mi cuerpo, ayer me compré una caja de cereal Honey Pops. Me los comí con leche tendida sobre mi colchón en el piso. Fue perfecto. Me recuerda a un cereal al que de pequeña llamaba panditas. Unas bolitas doradas con un panda al frente de la caja que se encargaba de salvar a otros pandas. Una vuelta a la infancia, a mi Ciudad de México, que se me cuela nostálgica por las puntas de los dedos.
Los Honey Pops también me los compraba mi ex cuando se le antojaba hacerme feliz, y ahora encapsulan en sus cuerpitos redondos de maíz, una variedad de cualidades perfectas para la tranquilidad nostálgica. Después de los Honey Pops y mi día entero en la cama, hoy me asombro al no haberme curado milagrosamente y pongo a Serrat. Siempre que estoy un poco triste escucho a Juan Manuel Serrat y siento que vivo de nuevo en mi casa de México, o que soy pequeña y mi papá me prepara atún con mayonesa.
Empecé a hablar sobre mi vieja casa acá en Holanda y terminé hablando de mi vieja casa allá en mi ciudad natal. Todo termina regresando al inicio y estas semanas me he preguntado si es verdad aquel mito, o dicho, de que el artista debería vivir en la ciudad donde nació. A veces, siento el impulso de volver. De alimentarme de mi tierra. Alimentar mi arte del mismo pecho que me amamanto y me vio crecer. Quizá, así, finalmente podría dejar de flotar.